CARLOS PAVAN SCIPIONE. DEL BLOG UNIVERSITARIO. CARACAS-VENEZUELA.

25.09.2012 17:31

 

AVARICIA Y ENVIDIA POR CARLOS PAVÁN SCIPIONE

 

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Si quisiéramos conocer la opinión que los hombres tenemos de nosotros mismos, una eficaz aproximación heurística es la de consultar un libro sagrado o un texto de un gran teólogo. Pues bien, en la Biblia (Éxodo y Deuteronomio) encontramos el Decálogo que se supone fue entregado a Moisés por el Dios de los judíos. Ahora bien, si intentamos conocer cuáles son los vicios de una comunidad lo más sensato es consultar sus reglamentos. En efecto, lo que éstos prohíben son los vicios más difundidos. En el caso del Decálogo cristianizado, se supone que el referente es el hombre en cuanto hombre de manera que, si lo que acabamos de señalar es cierto, este texto normativo nos ayudará a descubrir los vicios que afectan al hombre en cuanto tal, por lo menos, para los cristianos. Pues bien, según el texto bíblico, el hombre es tendencialmente, por lo menos, un asesino, un ladrón, un traidor, un embustero o un ingrato o una mezcla de tales cualidades (no matarás, no robarás, no cometerás adulterio, no mentirás, honrarás a tu padre y a tu madre). Si, por otra parte, buscamos en la obra de Santo Tomás (en la Summa theologiae) los siete pecados capitales que codificó el papa Gregorio Magno (540-604) descubrimos que todos nuestro conocidos son, por lo menos, o unos lujuriosos, o unos perezosos, o unos golosos, o unos iracundos, o unos envidiosos, o unos avaros o unos soberbios. Y, por favor, que no se siga la máxima socrática del ‘conócete a ti mismo’ porque uno podría llevarse algunas sorpresas desagradables (obviamente me incluyo). En suma, ni Dios ni sus más connotados intérpretes tienen una opinión halagadora de lo que somos. Dicho esto, a manera de introducción, la pregunta que quisiera contestar es la siguiente: desde el punto de vista social, ¿cuál es o cuáles son los peores vicios? Me atrevo a contestar que tales pasiones son la envidia y la avaricia.

Santo Tomás, siguiendo las huellas de Aristóteles, define la envidia como la tristeza del bien ajeno y que sus componentes son, en primer lugar, la igualdad. No envidiamos a los que consideramos muy por encima de nosotros, porque, en efecto ¿qué sentido tendría que un súbdito envidiara a un rey? Sin embargo, un duque es posible que lo haga. En segundo lugar, envidiamos a nuestros iguales, a aquellos que logran obtener lo que nosotros mismos ambicionamos o deseamos. De allí que la fama y la gloria sean las primeras fuentes de envidia y si lo dudan piensen en las conductas de ciertos “intelectuales” o de ciertos “políticos”. En tercer lugar, envidiamos porque no soportamos el triunfo ajeno, es decir, envidiamos porque somos mediocres. En cuarto lugar, envidiamos porque consideramos que el triunfo del otro es inmerecido o injusto. Ahora bien, si sumamos todos estos elementos, es evidente el hecho de que el fiel acompañante de la envidia sea el resentimiento: como dijo Jean de la Bruyère, la envidia y el resentimiento siempre van juntos, porque persiguiendo lo mismo, se fortalecen mutuamente. En cuanto a la avaricia, Tomás la define como el deseo desmedido de poseer, es decir, somos avaros cuando queremos tener más bienes de los que necesitamos. En este sentido, uno de los componentes de la avaricia es la injusticia y, desde el punto de vista psicológico, el avaro endurece su corazón y termina despreciando a los pobres.

Dicho esto, ¿por qué considero que envidia y avaricia son los peores vicios sociales? Imaginémonos (lo cual no debería ser muy difícil para nosotros, aquí y ahora) una comunidad en la que, por un lado, crece el número de los envidiosos y, por ende, el resentimiento social y, por el otro, los que más pueden son, en su mayoría, unos avaros. Si se diera esta combinación, el tejido social empezaría a descomponerse y la sociedad correría un peligro mortal. La dureza del avaro y el resentimiento del envidioso se retroalimentarían conspirando inconscientemente en contra del bien común. La sociedad se fracturaría y todo progreso se vería obstaculizado. Es por ello que considero que estos dos vicios son, efectivamente, los pecados capitales del ser social. Pongo en manos del lector la posibilidad de sacar sus propias conclusiones.

Carlos Paván Scipione
Doctor en Filosofía
Profesor Titular Jubilado UCV
Escuela de Filosofí